Jeremías Bentham reflejó, desde la filosofía, lo que estaba ocurriendo en la sociedad de su época (el siglo XVIII): La génesis del Capitalismo y la necesidad del Capital de vigilar todo en función del Capital.
El “Panóptico” era la posibilidad de generar la sensación de estar constantemente vigilado y, de este modo, prevenir el ataque al Capital. El Panóptico consistía en una especie de edificación concéntrica, con una torre central en la que el vigilador que estaba en ella, se encontraba oculto y por lo tanto, los que permanecían en la base, no podían distinguir si eran vistos o no. Esta idea utilitaria fue el modelo de la cárcel moderna, pero también de las escuelas, los hospitales, las iglesias, las fábricas… de la idea de “Nación”: Quien estaba arriba podía ver todo, vigilar todo.
Pero el mismo Capital fue el iniciador de la decadencia y destrucción del modelo. El dinero y la riqueza pueden comprar todo, incluso al que vigila.
Hoy, inmersos en un sistema del cual no podemos prever su techo, el dinero es el nuevo Dios, el nuevo Ídolo, el nuevo Creador, el Hacedor de Todo. Y el que tiene mucho, quiere mucho más y el que no lo tiene, quiere tener lo que tiene el otro. Y todos pedimos que se vigile para que no saquen lo que tenemos.
Pero antes; primero, hace tiempo, nos dejaron de dar lo que nos corresponde. Lo que escuchamos hasta el hartazgo en forma de promesa, de expectativa, de esperanza. Sin embargo, permitimos que todo siga su curso dejando que la dirigencia que elegimos cada dos años degrade la Educación, la Salud, el Trabajo -que eran los valores de la sociedad del progreso- para crear violencia, inseguridad, maldad porque el valor más importante de la sociedad actual es el Dinero y ,además, fácil. Sin trabajo, sin estudio, sin sacrificio.
Hoy estamos indignados por la muerte prematura de un niño que ni siquiera había nacido, que nació forzado por la violencia, a un mundo signado por la violencia que días después le quitó la vida. La Policía, la Justicia y la Política ya tienen a seis culpables. Pero hay más de quince millones de culpables: los que votamos, los que dejamos que sigan ostentando los espacios de poder los mismos dirigentes de siempre, los que ya tienen todo armado: Las estructuras, las bases, los discursos y las mentiras. En 2001 dijimos “que se vayan todos” y no se fue nadie. Parece que ni nos dimos cuenta. En poco mas de un año tenemos la oportunidad histórica de comenzar a revertir esto, de tomar conciencia de que una elección construye nuestro futuro y que cuesta mucho esperar la siguiente porque, como Carolina e Isidro, se nos puede ir la vida en la espera y terminar siendo Condenados sin Condena.
sábado, 7 de agosto de 2010
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