sábado, 5 de junio de 2010

CASTRIMONIO














¿Puede una palabra ser origen, centro y encrucijada de un conflicto que dirime que algo esté dentro o fuera de la ley? ¿O estamos viviendo dentro de una sociedad que le da un único significado a las palabras? ¿Una palabra, un significado?
Dictando clases en escuelas secundarias de La Matanza intentaba explicarles a pibes de 15 años el pensamiento de un tipo que, en la década del `70, expresaba una teoría de las relaciones entre los elementos y la multiplicidad de sentidos que pueden tener las palabras.
Gilles Deleuze se revolcaría en su tumba si hubiera escuchado mi cuento para graficar su teoría, que es el siguiente:
Un niño de 6 años llega a su casa y pregunta a su madre:
- Mamá, ¿qué quiere decir “pene”?
La madre queda pasmada ante la consulta e inmediatamente comienza a sacar enciclopedias de la biblioteca. Le muestra a su pequeño hijo láminas con los órganos reproductores del hombre y la mujer. Intenta exponer el modo en que se fecundan los niños y como eclosiona la vida.
Después de varias horas de exposición, preguntas y respuestas, consultas y dudas; la madre pregunta al niño:
- ¿Entendiste?
A lo que el chico responde:
- Más o menos…
Un corto silencio y una nueva pregunta de la madre al chico:
- Decime una cosa… ¿de dónde sacaste vos esa palabra?
- ¡¡De una estampita de la Virgen!! - respondió.
- Traeme ya esa estampita - ordenó la madre.
Grande fue la sorpresa de la mujer al leer el pie de la imagen:
“ Rézale a la Virgen para que tu alma no pene”

Una palabra no tiene un único significado, más allá de sus etimologías. Y hoy, el 90 por ciento de la población no tiene ni la más remota idea de que el término matrimonio significa “posibilidad de ser madre luego de la unión” (matris- monium en latín).
Desde un lado y desde el otro se pelea por una palabra. Parece que la palabra matrimonio es la que no da concesiones. Parece que no es la ley la que da el derecho sino una palabra. Y el problema es que no se afloja desde ninguna de las posiciones ideológicas al respecto. Desde los detractores del matrimonio homosexual están aquellos que –simplemente- dicen que no, porque lo consideran “antinatural”; hasta los que sacan antecedentes legales que llegan incluso a los papiros de Alejandría.
Pero desde los promotores, no se quedan atrás. Dicen: "misma palabra, mismos derechos".
En tiempos de mundial de fútbol y políticas de confrontación se ha potenciado el carácter triunfalista del argentino y ganar -en este caso- parece ser: tener todo o no dar nada. ¿Y el acuerdo? ¿Y la convivencia? ¿Y la búsqueda de lo mejor para todos?
Otro de los puntos de la polémica es la adopción. Y la verdad es que hoy, cualquier hombre o mujer solteros están habilitados para adoptar y nadie pregunta su condición sexual. Es decir que, en el caso de que una pareja homosexual quiera tener un hijo, lo puede tener pero sin casarse. Ahora, en caso de modificar el tema de la adopción, si se casa, no puede adoptar. Otra vez quedan –no sólo los padres, sino también chicos- marginados de la ley. Más allá de las habilitaciones y posibilidades, la adopción es complicada para todos los que la pretenden, para todos los que solamente tienen amor para dar a hijos que, justamente no tienen padres y/o madres (uno de cada uno o dos papás o mamás) para recibir amor. Pero este tema es necesario abordarlo profundamente y buscar las formas de facilitar la adopción a partir de una reforma de esa ley.
¿Podemos olvidarnos de la palabra matrimonio y pensar solamente en el concepto? Propongamos una ley en la cual podamos poner una línea de puntos cada vez que se menciona la palabra matrimonio o se habla de sexo y ubiquemos cada uno de nosotros la palabra, el concepto, el significado, el sentir que queremos; para considerarnos todos adentro de un mismo espacio social en el que las palabras y las cosas tienen múltiples sentidos según momentos, circunstancias y subjetividades. Para no coartarnos o limitarnos como parejas, como varones, como mujeres o como padres y terminar llamando al concepto Castrimonio