sábado, 18 de septiembre de 2010

Paga el que sigue

¿Quién de ustedes se acuerda de la película Cadena de Favores? Soberbias actuaciones de Kevin Spacey, Helen Hunt y Haley Joel Osment (el chico de Sexto Sentido) sobre la idea solidaria que surge en un niño de hacer favores a tres desconocidos, que –a su vez- se comprometían a hacer lo mismo con otros tres, dejando en el aire la frase “Paga el que sigue”. Más allá de discernir entre culpas y responsabilidades, se planteaba la tarea de los mayores por forjar en las futuras generaciones la idea del compromiso por el cambio (no del espacio político que lleva ese nombre, ¡eh!), por mejorar lo que se salió del cauce a partir de una idea sencilla.
La creatividad en la búsqueda de soluciones a problemas complejos, era el principio objetivo de la política educativa hacia la apatía de los preadolescentes por el futuro. No vamos a hacer un planteo filosófico acerca del sistema educativo argentino (ya que a la vista de todos está expuesto su diagnóstico) pero sí de esa idea, que al igual que en el film referido, flota en el ambiente: “Paga el que sigue”.
Lamentablemente aquí no tiene que ver con solucionar inconvenientes que otros no pudieron solucionar o con el altruismo de hacer favores, sino con expiar culpas de lo que no se puede o lo que no se va a hacer. Y, de este modo, parecemos atrasar treinta años. “El que sigue” llega treinta años después, media vida o un tercio de vida después (según cuál sea nuestra expectativa de vida). Los Gobiernos plantean como política de Estado la resolución inmediata de algo que pasó hace tres décadas como si lo que estamos viviendo hoy fuera directamente consecuencia de aquello, utilizando paliativos para lo que ocurre ahora. ¡Ojo! No digo que no hay que corregir, juzgar y condenar las inmoralidades y dejarlas impunes. Es más que necesario hacer justicia. Lo que es inconcebible es que las inmoralidades de hoy las “pague el que sigue”
Chistian Ferrer, un loco lindo y anarquista que fuera profesor mío en la UBA, explicaba con voz grave y susurrante la idea de progresión como la suma de un número más el mismo número, y realizando la misma operación con cada resultado obtenido progresivamente. Siempre el doble del número resultante. De ese concepto matemático surgió la idea político-económica de progreso: Siempre sumar el doble. Progreso implica futuro, proyección, planificación común, idea de logro.
Ahora… ¿Cómo se compatibiliza la idea de “Progre” con el revisionismo del pasado sin tener en cuenta el presente? ¿La progresión es sobre el pago del que sigue?
¿Cuánto hace que no se acuerda un proyecto de país? Escuchamos debates “de cuarta” en Congresos y Legislaturas en los que, el fondo de la cuestión es quiénes hablan primero y por cuanto tiempo. Y, durante los supuestos discursos de fundamentación, menos de la mitad de los integrantes de las Cámara están presentes escuchando las argumentaciones. Las posiciones están tomadas y son irreductibles. No hay debate, hay exposiciones con decisiones adquiridas previamente en las roscas de despacho o de pasillo.
¿Cómo se pueden consensuar aspectos comunes para un Proyecto de País de esta manera? Y nadie cede un centímetro (o un centavo). La confrontación es total. La guerra es total pero la sangre que corre es ajena. La dirigencia está a salvo buscando la manera de mantener su espacio de poder, cuando no de ampliarlo.
La idea de progreso sigue siendo para unos pocos que no pertenecen a la clase pobre, media pobre, clase media ni media media. El progreso siempre es de los mismos y cuando parece que viene un tiro para el lado de la justicia, hay tufillo a trampa.
Echar la culpa es el deporte predilecto, y si el supuesto culpable ya no está, mejor.
Siempre me pregunto ¿Vivirá Menem el tiempo suficiente para ser juzgado por sus delitos?¿De la Rua?¿Duhalde?¿Kirchner? ¿Qué tan responsables son? Calzarse la banda y el bastón y sentarse en el Sillón de Rivadavia no debe ser tarea fácil ¿de acuerdo? Estar al frente de algo no es tarea fácil y es plausible de errores. Pero pocos padres educan a sus hijos sin ideas convincentes (pueden ser malas o buenas, pero creen que son lo mejor y más valioso para ellos). Allí radica la responsabilidad del poder: en el poder hacer sin esperar que “pague el que sigue”. Hagan el favor.

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